Este investigador cubano, dedicado al rescate y preservación del patrimonio subacuático, posee el récord Guinness por ser la persona que más ha buceado en naufragios históricos, con 243 lugares registrados.
Desde niño Alejandro Mirabal vive en contacto directo con el mar debido a la cercanía con el Malecón habanero, el cual visitaba con su padre para pescar ciguas en los arrecifes de la costa en la zona de Centro Habana.
Si bien la caza submarina fue lo que primero llamó su atención, con el tiempo y las experiencias de trabajo fue decantándose por la arqueología subacuática, cumpliendo su sueño de trabajar bajo el mar.
Más de 30 años han pasado desde las primeras exploraciones de Mirabal, hasta lograr convertirse en uno de los investigadores más reconocidos en su especialidad, con más de 300 expediciones submarinas en su haber.
De ahí que esté reconocido como el hombre que más ha visitado naufragios históricos, con 243 viajes registrados según el Libro Guinness de los Récords (124 en Cuba), un mérito que asimila como un premio a su labor que le apasiona, comenta a OnCuba.
Único cubano incluido como Fellow Member en The Explorers Club, reconocido como el Oscar de los exploradores, Alejandro reconoce que aún le queda mucho por hacer en la salvaguarda del patrimonio marítimo, del cual aún desconocemos bastante.

Encontrando un cañón de bronce. Foto perfil de Alejandro en facebook
En realidad, mi primera pasión y el motivo por el que he pasado toda mi vida bajo el mar es la caza submarina. Soy de Centro Habana, crecí en el Malecón y desde los ocho años comencé a acompañar a mi padre a coger ciguas en la rompiente de la costa, lo cual era muy fácil porque sólo teníamos que cruzar la calle.
Casi como consecuencia natural comencé a pescar submarino cada vez que tenía una oportunidad, que era muy a menudo y eso me llevó a estudiar Biología Marina, pero cuando me gradué me propusieron una plaza en el cultivo de camarón que, aunque era un trabajo de investigación, no incluía buceo, así que decidí buscarme un trabajo por mi cuenta, no importaba el que fuera con tal de que fuese bajo el mar.
Por esos días vi un documental en la televisión llamado La Isla del Tesoro Azul, producido por una empresa cubana que se llamaba Carisub, donde mostraba los trabajos de investigación de arqueología submarina que hacían y quedé fascinado.
Tras muchas peripecias conseguí un trabajo en esa empresa raspando cascos, pintando barcos, soldando y haciendo lo que me mandaran, pero estaba ya más cerca del buceo. En ese momento me daba igual que fuera buscando galeones, contando corales o cambiando una propela, pero que fuera bajo el agua. Todo eso cambió cuando buceé en mi primer naufragio.
En su labor ha trabajado en varios sitios de Cuba, ¿Cuáles le llama más la atención?
En Cuba he trabajado en muchos naufragios de interés histórico con diferentes grados de intervención, desde simple exploración y descripción, hasta la excavación arqueológica, pero siempre me han fascinado los más antiguos.
Los objetos que encuentras en esos naufragios, incluso los fragmentos más pequeños, revisten una importancia enorme y te pueden dar información que no se tenía hasta ese día. En ese caso están los pecios de Inés de Soto (1555-1566), Fuxa (1590-1610) y Galera (siglo XVI), todos en la costa norte de Pinar del Río y nombrados por el lugar donde se encuentran, porque el nombre de los navíos es aún desconocido.
En esos naufragios encontramos desde piezas de artillería muy inusuales hasta artefactos aborígenes de Centro América, posiblemente pre-Colombinos y astrolabios europeos extremadamente raros. Aunque en estos pecios se encontró también “tesoro”, en el sentido más usado del término refiriéndose a oro, plata, piedras preciosas, joyas, etc., el verdadero tesoro vino en forma de objetos mucho más mundanos pero que nos proporcionaron invaluable información. Aquí es donde la curiosidad del investigador se ve recompensada porque, aunque parezca mentira, el oro y la plata, por repetitivos, pueden llegar a aburrir.

En Mantua, Pinar del Río
¿Cuándo se da cuenta de que estaba implantando un récord Guinness? ¿Cómo asimiló la noticia?
Fue una serie de coincidencias. Nunca me pasó por la cabeza poder ser “el que más… algo” en el mundo. Un día estaba leyendo un artículo sobre un colega norteamericano al que trataban de “legendario” por haber buceado en unos 150 naufragios y me dio curiosidad por saber cuán cerca podía estar de esa marca, así que me puse a compilar todos mis registros y con asombro me di cuenta que yo lo había hecho más del doble, sin sentirme “legendario”.
Días después conversando con un colega escocés se lo mencioné y me dijo “a lo mejor tienes un Récord Guinness y no lo sabes, voy a investigar”; se comunicó directamente con la gente de Guinness, les habló de mí y ellos me mandaron un email pidiéndome una lista exhaustiva de pruebas para validarlo, que incluía reportes arqueológicos de cada pecio, fotos, coordenadas, testigos, etc.
Como lo tengo todo registrado, no me fue difícil, aunque sí laborioso, enviarles lo que me pedían, pero de los más de 300 naufragios históricos en los que había buceado sólo pude demostrar los 243 que conforman el récord.
Demoraron casi 1 año en confirmar toda la información, al punto que llegué a pensar que no me iban a contactar más y el asunto fue quedando en el olvido, pero un día estando en La Habana, reviso mi email y entre los 50 o 60 correos habituales había uno de Guinness con el asunto Congratulations y casi pego un brinco en la silla de la sorpresa. Lo leí muy rápidamente para asegurarme que era lo que esperaba y enseguida llamé a mi esposa que estaba en Portugal para darle la noticia, a pesar de la diferencia de horario.
Estaba que no me lo creía. Aunque el récord Guinness en determinados círculos puede verse como algo medio frívolo, yo estaba muy contento y orgulloso del mío, porque no se debe a una habilidad especial que yo tenga ni a una proeza que haya hecho un día, sino que es la validación de lo mucho y muy duro que he trabajado, y eso es gratificante. Es como un premio a tu carrera.
Lo mismo me sucedió con mi inclusión como Fellow Member en The Explorers Club. Este no es un club al que te candidatas, sino que al menos dos miembros tienen que proponerte y avalarte, para ser sujeto a un riguroso escrutinio. Cuando recibí el email del club confirmando mi membresía, tuve que revisar varias veces para ver si tenía el destinatario correcto.
Enterarte por correo electrónico que perteneces a un selecto club de exploradores junto a personalidades como Thor Heyerdahl (Kon- Tiki), Robert Peary (Polo Norte), Buzz Aldrin y Neil Armstrong (astronautas), y Charles Lindbergh (aviador), no es algo que uno espera. Es como el Oscar de los exploradores.

Alex Mirabal preparando una expedición en Portugal
Son más de 200 los naufragios históricos que ha visitado. ¿Recuerda esa primera vez?
Los naufragios son como las personas, todos son únicos, tienen su historia y sus características particulares. No importa en cuántos hayas trabajado, si prestas atención no los confundes ni los olvidas. El primer naufragio histórico en el que trabajé fue “Nuestra Señora de las Mercedes”, Almiranta de la Flota de Tierra Firme que naufragó el 14 de marzo de 1698 en el Bajo de Sibarimar, frente a playa de Guanabo.
Aunque era mi primer naufragio, me había informado y ya no tenía la imagen romántica del galeón casi completo en el fondo, con un esqueleto al timón, un cofre con el tesoro y un tiburón custodiándolo. Sabía que iba a ver menos que eso, pero no estaba preparado para entrar en el agua y ver… nada.
Era un fondo de arena y piedras que no se diferenciaba en nada del fondo que estaba acostumbrado a ver durante mis jornadas de pesca. Los cañones, anclas y otros elementos del navío estaban todos enterrados bajo más de un metro de arena que teníamos que evacuar. En realidad, en aquel momento lo único que tenía en mi mente era el deseo de encontrar una moneda, y así poder decir que había encontrado un “tesoro” bajo el mar.
Mi deseo fue cumplido porque en el mismo primer buceo encontré nueve monedas de plata y me sentí la persona más aventurera del mundo, pero lo que realmente me cautivó y cambió para siempre mi forma de ver el trabajo, fueron unos fragmentos minúsculos de porcelana china de la Dinastía Ming que estábamos encontrando. Aunque eran tan pequeños que no se podía identificar si pertenecían a una taza o un plato, sí se veía la decoración azul sobre blanco típica de esas piezas.
Estar encontrando porcelana Ming, hecha a miles de kilómetros y tres siglos antes, y en Guanabo, fue algo que rápidamente me hizo sentir el peso de la responsabilidad cultural que implica rescatar y estudiar estos hallazgos.
Comentarios Recientes